miércoles, 5 de abril de 2017

Vivencias de un desempleado sénior: La adaptación al cambio

Nuestro compañero Carlos ha escrito un nuevo artículo con reflexiones personales que nos han encantado a todos los integrantes del Club. Estamos seguros que también a usted le encantarán. Para comprobarlo, siga leyendo....


A veces me entretengo recordando etapas de mi vida. Me relaja hacerlo. Lo recomiendo siempre. Seguro que tenemos tantas cosas placenteras que recordar y algún que otro pecado que ya nos hemos perdonado o que precisamos recordarlos para llegar a perdonárnoslo.

Hace unos días, de esta guisa, recordé la primera entrevista de trabajo de mi vida. Era en unas oficinas de la calle Malcampo de Madrid. Me entrevistó el director general de la empresa y me preguntó, por aquel entonces, si sabía lo que era un  DIN A4. Le contesté que una especie de folio, había oído que era algo así en una clase de mi primer curso de la facultad, y me hicieron el contrato. Cómo ha cambiado todo, los folios ya no se usan porque se usa el DIN A4 y un director general no recibe a un joven candidato ni loco.

Luego quise cambiar de empresa y tuve que hacer una prueba de selección que consistía en un dictado que yo escribiría con una Olivetti Lexicon 80, sobre dos folios separados por papel carbón.

A colación de esto recordé que, enseguida que cambié a esta nueva empresa, me compré un ZX SPECTRUM. Aprendí a programarlo en aquel lenguaje Basic de teclas de goma y cuando, por dominarlo, empecé a cansarme de él, me aprendí el lenguaje máquina del procesador Z80 para sacarle algún rendimiento gráfico más. Por aquel entonces, en la facultad, escribíamos programas en FORTRAN IV. Pocos de aquellos programas podíamos probarlos en el único ordenador que teníamos en la facultad pero el profesor se los debía de leer porque nos evaluaba por ellos.


En la empresa seguíamos trabajando con nuestras máquinas de escribir, algunas ya eran eléctricas, un archivador era un armario lleno de carpetas y con una determinada clasificación; y un fichero era una serie de cajones con rectángulos de cartulina clasificados por un orden y rellenos con escritura manual o a máquina.

Según conseguía abrirme camino hacia mis gustos personales profesionales me acercaba más a tareas técnicas. Mi primera relación con el Mainframe de mi empresa, un enorme ordenador que ocupaba varias salas del centro de cálculo, fue a través de una perforadora y de una lectora de fichas. Programé en lenguaje ensamblador primero, en COBOL y en PL/I después, contra bases de datos jerárquicas. Luego trabajamos con los terminales 3270 de IBM, absolutamente tontos y con aquel monitor de fósforo verde. El primer correo electrónico que utilicé corría en CICS, y era de uso obligatorio, internamente, para todos los empleados de la empresa pero no servía para comunicarme con proveedores o clientes de otras empresas. En un momento y casi sin quererlo, llegó el PC con aquel sistema operativo MS DOS, los disquettes de 5¼, luego de 3½ ¿Quién se acuerda ya del primer Windows? Apareció justo cuando nos empezábamos a sentir cómodos con el MS DOS. Luego nuevas versiones cada dos por tres. El Word, el PowerPoint para sustituir la proyección de transparencias, las bases de datos relacionales, DB2, ORACLE, ADABAS,…, ACCESS en el PC. Por fin un correo electrónico más universal, adiós al télex, adiós a los telegramas, a los sellos postales,… Tantos adioses.

Tantos, que siendo yo el director de Informática y Operaciones de un pequeño banco de negocios dijimos adiós al siglo XX y a la peseta; y recibimos con gran éxito al siglo XXI y al Euro. A continuación nos tuvimos que internetizar, y aprendimos a manejar páginas web (no de papel) y algunos tuvimos que aprender a crearlas, diseñarlas y programarlas. Además hay que saber de SEO, de buscadores y de redes.


Todas estas cosas nos las llevábamos de viaje, tan contentos, en un PC portátil. Ahora lo podemos hacer en una tableta o con un smartphone. Además los programas, los archivos y los ficheros (aquellos armarios y aquellos cajones de antaño) ahora están en la nube. Sólo tengo que saber si lo tengo en Dropbox, en Drive o lo guardé en Evernote. Puedo autorizar a cualquiera de mis colaboradores a consultar los documentos y a mejorarlos, si pueden. Recibo WhatsApps, interactúo con mis colegas a través de Linkedin o Twitter, con mi familia y amigos lo hago por Facebook a veces, porque como más disfruto es mirándoles a los ojos. En fin, una vida de cambios vertiginosos, de pasos gigantescos que hemos dado todos y sólo he hablado de temas profesionales. Esto llevado a nuestra vida personal es aún más espectacular.

Hace unos días leía un artículo que me habían recomendado a través de Linkedin sobre selección de personas mayores, más o menos venían a decir que, a pesar de la experiencia que las personas mayores podemos aportar a cualquier proyecto, se temen que presentemos resistencia e incluso frustración por los cambios que se avecinan, aquellos que nos puedan llegar. Decía que no fallar en esta competencia es clave para la mayor parte de las empresas hoy en día y que, por lo tanto, se sienten más seguros contratando personas más jóvenes. Cuánto me gustaría que estos reclutadores de personas pudieran leer el inventario de cambios que las personas de mi generación y aledañas, de las que me siento prototipo, hemos promovido, amparado y asumido a lo largo de nuestra vida.

Lo más impresionante de todo es que no es ni siquiera necesario ver este inventario de vivencias, basta vernos a muchos de nosotros cómo, forzados por las circunstancias de cada cual, seguimos evolucionando, reinventándonos y adaptándonos a las nuevas circunstancias del mercado laboral con el objetivo de no finalizar nuestra vida laboral, de no llegar a nuestra edad de jubilación desde una situación de desempleo sino desde una situación de empleado, que es lo que merecemos y por lo que hemos trabajado tanto.

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